El golf suele percibirse como un deporte complejo, lleno de detalles técnicos, fórmulas mágicas y correcciones interminables. Pero en realidad, la esencia del juego es clara: llevar la bola al hoyo en el menor número de golpes.
Mi propuesta es mantenerlo simple y eficiente. No significa quitarle profundidad, sino enfocarse en lo que realmente importa. La simplicidad en el golf es descomplicar procesos, reducirlos a fundamentos claros y enseñarlos de manera que cualquier jugador pueda entenderlos y aplicarlos sin sentirse abrumado.
La eficiencia, por su parte, es aprovechar al máximo los recursos del jugador: sus capacidades, sus fortalezas y hasta sus limitaciones. Practicar de manera eficiente es entrenar lo que realmente se necesita, en lugar de perder tiempo en hábitos que no suman.
Como profesores y entrenadores, nuestro rol es filtrar la información, evitar la saturación y ayudar a que cada jugador construya un aprendizaje sólido y consciente. No se trata de dar mil correcciones, sino de dar las correctas, en el momento justo.
Adoptar un enfoque simple y eficiente no es restarle al golf, sino devolverle claridad. Es hacerlo más accesible para quienes recién empiezan y más desafiante de la manera correcta para quienes ya tienen experiencia. En ambos casos, la recompensa es la misma: mejores resultados y más disfrute en el campo.